martes, 17 de septiembre de 2013

La Logia de San Juan, Cap. 1 (parte 2/2)

No podía faltar la parte final de primer caítulo. Pasen y vean...

<<Y en esa ocasión solemne - más solemne no hay, podría decirse – en que un iniciado adquiere la mayoría de edad dentro de la Orden, el templo estaba en penumbra, acrecentando la sensación que lo embargaba. La atmósfera de la sala en ese momento era pesada, el aire que respiraba se sentía enrarecido, antiguo.
El ambiente penumbroso apenas permitía distinguir los rostros. Algunos, a pesar del rictus adusto con que le dirigían sus silenciosas miradas, eran reconocibles para él; eran sus hermanos de la logia. Sin embargo, algunos de los rostros no le eran familiares. “serán hermanos visitantes algunos, y algún hermano auditor de la Gran Logia” pensó Roberto. “No sea que los ritos de exaltación no sean cumplidos en todo rigor”.
Ya había oído comentar en ocasión de la exaltación de otro hermano acerca de estas auditorías a que la Gran Logia sometía a sus logias federadas, con objeto de evitar exaltaciones impropias, que no se ajusten al ritual de manera rigurosa. Hasta entonces no le pareció relevante el comentario, pero hoy, la posibilidad de que alguno de los visitantes fuera un auditor le aportaba un extra de tensión y expectativa a lo que estaba sucediéndole.
Se hallaba Roberto junto a su acompañante, bajo la bóveda de acero conformada por las espadas de ambos hermanos a los lados de la entrada; el hermano guarda templo a la izquierda, y el experto a la derecha. Los gestos de ambos, adustos, inmutables. Miraban al frente, casi sin pestañear. Marciales.
El venerable maestro se levantó de su sitial, en el extremo opuesto de la sala, a tres escalones hacia arriba de distancia. Hizo una seña, y ambos, guarda templo y experto, con las espadas en alto, avanzaron un paso en dirección al sitial del venerable maestro.
Su acompañante le tomó la mano y dio un tirón hacia delante. A cada paso que daban, los dos hermanos con las espadas en alto los secundaban, manteniéndose por delante de ellos.
Así avanzaron hasta el antiguo altar en el centro del templo, donde descansaban los consabidos escuadra y compás entrecruzados, sobre la Biblia y los reglamentos de la logia abiertos.
Allí, el maestro de ceremonias soltó su mano y, tomando la espada y el lugar del guarda templo, lo suplantó. Entonces el venerable maestro sumó su espada flamígera a la bóveda, transformando ésta en un triángulo, la famosa pirámide masónica, con el ojo que todo lo ve que en esta ocasión le confería el grado de maestro.
El venerable lo miraba con suma seriedad mientras formulaba el terrible juramento que él debía de suscribir para ser aceptado como maestro masón. La piel de la nuca se le erizaba en ese momento final.
- ¿Estáis dispuesto a prestar este juramento que acabáis de escuchar, querido hermano? – su mirada seguía fija en él.
- Lo estoy, venerable maestro.-
- A La Gloria Del Gran Arquitecto Del Universo, en su nombre y en virtud de los poderes que me han sido conferidos, os consagro Maestro Masón de esta respetable logia Hiram Abiff número 357.-
Estaba consumado. La emoción contenida lo embargaba, y no pudo contener la amplia sonrisa que asomaba a sus labios. Habían sido largos años de estudios y trabajos para lograr alcanzar ese momento.
El venerable maestro dió entonces la vuelta al altar, y le dio el abrazo masónico, cálidamente; él había estado presente en su iniciación en la masonería, y había sido testigo y partícipe de sus progresos en la Orden. Su emoción era casi comparable a la de Roberto.
Momentos después, luego de las consabidas entregas del mandil de maestro y demás elementos acordes a su nuevo grado, el venerable maestro finalizó la tenida masónica y todos salieron a pasos perdidos, frente a las puertas del gran templo.
Entre el intoxicante humo de los cigarrillos que gran parte de los hermanos prendieron no más salir del templo, todos los hermanos presentes en la tenida se acercaron a saludarlo y felicitarlo. Los maestros pertenecientes a su logia se mostraron especialmente cálidos y efusivos en sus saludos. No pudo evitar pensar, con una sonrisa socarrona para sus adentros, que parte de esa calidez y efusividad se debían a que como maestro, ahora tendría voto y veto en todos los quehaceres de la logia. La política, como había llegado a descubrir con el tiempo, no era desconocida dentro de la Orden. En reiteradas ocasiones le habían llegado comentarios escuetos y rumores acerca de las encarnizadas votaciones que se hacían en la cámara de maestros, como se suele denominar a las reuniones masónicas de maestros solamente.
Se apoyó contra la pared de mármol de la sala circular en que se hallaban, y dejó descansar un instante su mente, sobrecargado con los símbolos de la ceremonia en que acababa de ser exaltado y consagrado como maestro masón.
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Fragmento de La LOGIA de SAN JUAN. © 2011 Constantino Eneas.

sábado, 14 de septiembre de 2013

La Logia de San Juan, Cap. 1 (parte 1/2)

Aquí les dejo la primera parte del primer capítulo de La LOGIA de SAN JUAN. Pasen y vean...

<<“Et lux in tenebris lucet”
     [Y la luz en las tinieblas resplandece]. Juan 1:5


- Venerable maestro, a las puertas del templo llaman en el grado que trabajamos. –
- Querido hermano experto, si es el hermano maestro de ceremonias, acompañado del hermano recientemente exaltado, decidle que pase y se sirva ocupar su puesto.- Tronó una voz grave, que detentaba autoridad y mando.
- Así se hará.-

A la luz mortecina, que apenas rompía el velo de las tinieblas, un hombre alto y delgado, en su madurez, caminó pausada, rítmicamente, en pos de la entrada del lugar.
Ésta, que se hallaba flanqueada por dos gruesas columnas, era guardada por otro hombre que, de la misma manera que quien se le acercaba, portaba una espada desnuda en su mano derecha.
Al llegar el primero frente a éste último, cruzaron sus miradas, y el guardián de la puerta abrió la misma, haciéndose a un lado para permitir salir al experto.
Fuera de la sala, dos hombres aguardaban. Uno joven, en sus treintas, de pelo y ojos oscuros, y como un metro ochenta de alto, se veía algo tenso. El otro, un hombre apenas más corto de estatura, pero en sus cincuentas, algo más rechoncho que su acompañante y visiblemente despreocupado.
El experto los miró como si no los conociera, manteniendo un gesto adusto, y dijo en voz fuerte y alta para que llegue a ser oída por los que estaban dentro de la sala:
- ¿Quién va? -
- Soy el maestro de ceremonias.- Contestó el más viejo de los dos, en el mismo volumen que su interlocutor.- y traigo conmigo al querido hermano recientemente exaltado.-

Desde dentro, el venerable maestro les contestó.
- Que pasen, que realicen la ceremonia, y ocupen su lugar.- lanzó, en tono perentorio.
- Así se hará.- dijeron al unísono el guardián de la puerta y el hermano experto.

El experto les hizo una seña a los dos hombres frente al umbral, y dando media vuelta, se adentró nuevamente en la habitación. El maestro de ceremonias miró al hombre que tenía al lado, y dándole un leve empujón, le indicó que iniciase la marcha. Su acompañante respondió en el acto envarándose y comenzando la marcha a un paso tenso, marcial, en dirección a la puerta.
Dentro, el guardián se hizo a un lado, mientras que el experto hacía otro tanto contra el lado opuesto, y al momento en que ambos hombres ingresaban al lugar, alzaron sus espadas sobres sus cabezas, chocando metal con metal.
La emoción embargaba al más joven de los hombres bajo la bóveda conformada por las espadas de ambos hombres a los costados de la puerta.
Su nombre era Roberto Bruno, aunque en ese lugar se lo conocía como Giordano Bruno. El lugar era el Gran Templo de la Masonería Argentina, el más famoso templo masónico del país. A pesar de que eran innumerables ya las veces que había asistido a tenidas masónicas en ese templo, en esta ocasión, de su exaltación al sublime grado de Maestro Masón, no podía – ni deseaba - evitar la intensa emoción que lo embargaba.
Sentía que, finalmente, tendría la oportunidad de ocupar una plaza en los mismos puestos que, en los 150 años que llevaba en pie la Gran Logia de la Argentina, habían visto pasar próceres de la talla de Domingo Sarmiento, Bartolomé Mitre, o más recientemente, Alfredo Palacios e Hipólito Yrigoyen, entre tantos otros que ocuparon el sitial del venerable maestro de ese gran templo.
El recuerdo de la innumerable cantidad de artistas; músicos, pintores, escritores, de hombres de ciencia, matemáticos, físicos y químicos; ingenieros y arquitectos, abogados y doctores en medicina, en fin, hombres de todas las especies y formas de pensar y sentir y de concebir el hombre y el mundo que lo rodea, de todos ellos que habían pisado en ese lugar, que habían realizado sus trabajos masónicos allí mismo donde el hollaba en ese momento, impregnaba ese augusto templo con un egrégor indescriptible.>>


Fragmento de La LOGIA de SAN JUAN. © 2011 Constantino Eneas.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

La LOGIA de SAN JUAN (sinopsis)

Roberto Bruno es elevado al grado de Maestro Masón en la Gran Logia de la Argentina. Esa misma noche se le comunica una tarea, consistente en la obtención de unos antiguos documentos, que habrían sido dados al general San Martín cuando visitara Londres, y que luego se perdieron, ya en Argentina. Esos documentos podrían ser la clave del origen de la masonería.

Ayudado por su gran amigo de la infancia Jaime, un profesor de historia, Roberto se empeñará en la búsqueda de los documentos, para lo que visitarán importantes puntos de la ciudad de Buenos Aires, lugar donde transcurre toda la peripecia. Así, a la sombra de históricos lugares como el Palacio Barolo, el mausoleo de José de San Martín en la catedral metropolitana, el Congreso Nacional, o la Casa Rosada, correrán su suerte en busca de aquellos cuasi míticos documentos.

Pero no bien comenzada la búsqueda, descubrirán que no son los únicos interesados en hallar los documentos; oscuras fuerzas se moverán entre las sombras, persiguiendo el mismo fin que aquellos hombres, o incluso a ellos mismos, en una carrera que bien podría ser mortal…

¿Podrán los documentos finalmente ser encontrados, si es que incluso realmente existen? ¿Cuál será el secreto detrás de aquella antigua Logia de San Juan?


Más información de la obra en mi página:
http://constantino-eneas.wix.com/constantino-eneas

lunes, 2 de septiembre de 2013

El Tiempo Por Vivir (mini preview 2)

<<Me di cuenta de que hacía un buen rato estaba allí parado con la mirada perdida frente al local, por lo que me sacudí el ensimismamiento de encima y luego, viendo el cartel que anunciaba el cierre del local para almorzar, me corrí a la puerta al costado del local y manipulé no sin esfuerzo una pesada aldaba de bronce. Varios minutos más tarde, un hombre abrió la puerta y me saludó cortésmente. Lucía como el negocio; vestido con ropas de buena confección pero de muchos años. Y era viejo, viejo, viejo, al estilo de esos ancianos orientales de  los que es imposible deducir su edad.
Al cabo me invitó a pasar, y lo seguí por un pasillo estrecho y oscuro, con viejos y mohosos ladrillos de un rojo oscurecido por el tiempo, y un piso de baldosas opacas de un indescriptible color terroso.  Terminaba el pasaje en una amplia habitación, donde me pidió que espere mientras traía el objeto. Durante ese lapso me dediqué a inspeccionar la habitación, que estaba adornada finamente con muebles de madera oscura. El piso era un damero blanco y negro, y el techo, abovedado, de un azul cielo. Todo el ambiente se disponía dentro del cuadrado de la habitación de una manera sobria, a pesar de lo abigarrado del amoblamiento. Cuando me disponía a sentarme en un banco de madera apoyado en un lateral de la habitación, el viejo volvió con una caja pequeña de madera.
- Esta pieza parece haber sido utilizada con sentido religioso, o al menos ritual, a juzgar por el cuidado que se han tomado en mantenerla a resguardo de todo daño.
- Si, los objetos que conservo están muchos más desgastados que el suyo. –observé mientras inspeccionaba la cruz.- ¿Ha decidido cuánto va a pedir por él?-
No llegué a escuchar la respuesta. De pronto sentí como una sacudida, como si alguien me hubiese empujado, o el piso me hubiera sido quitado de golpe. Las palabras que salían de la boca del anciano eran ininteligibles. Al poco dejó de hablar y se me quedó mirando. Luego la vista se me fue opacando y sentí que mis fuerzas me abandonaban; las rodillas se me doblaron y caí al suelo. Sobrevino la oscuridad, y todo fue silencio…

Desperté con un ardor en una mejilla. Instantáneamente recibí un golpe con la palma abierta en la otra mejilla, y comprendí que me estaban abofeteando violentamente. Abrí los ojos y miré a mi atacante. Intenté ponerme en pié pero una cuerda me unía a la silla en que estaba sentado. Luego de una segunda bofetada, cuando finalmente mi visión se aclaró lo suficiente para discernir lo que tenía enfrente, pude ver a un hombre bastante fornido y de estatura media, enfundado en un traje oscuro y corbata. Tras él, un poco más alejado, otro individuo con el mismo aspecto, aunque sin saco ni corbata, y con las mangas arremangadas, me miraba fijo. No salía de mi asombro ante la semblanza de novela de espionaje que tenía frente a mis ojos. Creo que en ese momento pudo más la curiosidad que el miedo ante lo bizarra que me resultaba la escena, por lo que pregunté con tono de asombro qué era lo que deseaban. Los dos hombres respondieron casi al unísono y sin vacilar.>>

Fragmento de El Tiempo Por Vivir. © 2010 Constantino Eneas.

domingo, 1 de septiembre de 2013

El Tiempo Por Vivir (mini preview).

<<Mi nombre es Gabriel Dante Uriarte, y esta, es la historia de como morí. Los que me han conocido dirían que morí como viví; luchando siempre denodadamente, aunque a veces sin un claro rumbo fijo. Sin embargo, no es a ellos a quienes en principio está dirigida esta historia. Los que no me conocen son los primeros destinatarios de ella. Sabrán aquí como morí, pero más importante aún, como viví…

Los hechos que fijaron el rumbo que desencadenaría finalmente en mi muerte comenzaron un mediodía, cuando me encaminaba a reunirme con un anticuario del barrio viejo de la ciudad, con el que quería discutir la compra de un objeto de su posesión que era parte de una colección iniciada años atrás por mi padre. Fue él quién comenzó el negocio de antigüedades que por ese entonces ocupaba mi tiempo. La colección a la que más interés demostró y la que a su vez menos progresó en vida de él fue esta de objetos de una cultura desconocida oriunda de estas mismas costas. Componíase en los últimos días de mi padre de apenas una media docena de objetos, todos de piedra tallada. Eran objetos de uso cotidiano; dos vasijas pequeñas, dos copas y pequeños elementos de agricultura, semejantes a palas. El objeto que quería negociar ese día consistía en el único elemento que llegó a mi conocimiento que no tuviese un uso profano; era una cruz de piedra, con extremos del mismo largo, parecida a la cruz griega.
Cuando llegué a la vieja tienda de antigüedades, me tomé unos minutos para husmear los objetos expuestos en la vidriera, y meditar lo que le iba a decir a mi interlocutor. Mi propio negocio no marchaba mucho mejor que el de él -a tenor del aspecto decadente del local.-  y no podía darme el lujo de gastar una cifra exorbitante para adquirir la cruz.
Durante ese breve instante reflexioné  acerca de cómo había llegado hasta allí. En aquella época atravesaba una gran crisis en mi vida. Aún no había podido formar una familia, lo cual era una constante preocupación dada la idea algo anticuada que tenía de la vida; seguramente herencia de mi padre, hombre muy conservador. El negocio de antigüedades no marchaba precisamente bien, y todos los meses debía llevar a cabo algunos malabares financieros para seguir trabajando. Por esos años había comenzado varios proyectos literarios, los cuales indefectiblemente se habían estancado y consecuentemente habían sido descartados luego de un tiempo. No estaba seguro de seguir con el negocio que había heredado, o de seguir con mis intentos de publicar; ni siquiera estaba seguro de querer formar una familia. En síntesis, estaba desorientado, sin saber que camino tomar. Fue entonces que redescubrí la vieja colección de objetos de mi padre, e inocentemente pensé que era un buen objetivo a corto plazo, para darle algo de sentido a mis días de ese entonces. Comencé a realizar algunas averiguaciones, aunque sin demasiado éxito. Tiempo más tarde, cuando empezaba a flaquear y barajar la posibilidad de renunciar a este desafío también, encontré el local frente al que hoy me hallaba parado.>>

Fragmento de El Tiempo Por Vivir. © 2010 Constantino Eneas.